Hace casi 10 años compré una camiseta que nunca me puse. El
Valladolid la sacó para conmemorar el 75 aniversario de la fundación del club.
En ella aparecían los nombres de todos los abonados de ese año. En la
manga derecha estamos mi padre, mi hijo y yo. La compré, como un recuerdo y la
guardé.
Este sábado el Pucela se jugaba el ascenso y mucho más. Dicen los jugadores que ha sido un año muy duro. Para la afición también. Porque ningún año que yo recuerde se ha vivido la fusión entre equipo y gran parte de la afición que se ha vivido este año. Una fusión a base de compromiso y buen fútbol por parte del equipo y comprensión y cariño por parte de la afición.
El equipo ha puesto sobre el césped un fútbol como no se veía
aquí desde Cantatore, desde Edu Manga. Ha remado contra corriente, contra los
elementos que suponían una situación económica crítica, una hinchada
desencantada y más forofa que entendida y los golpes de los desengaños de goles
inmerecidos en los últimos minutos, con Celta (2) y Hércules especialmente. Y
ha soltado el mejor tiempo que yo nunca le he visto al Valladolid, la segunda
parte en el miniestadi.
La grada ha arrancado la temporada somnolienta, con la
desconfianza del enésimo proyecto de un vendemotos consumado (el presidente
aficionado), liderado por un técnico novato, recordado más por fallar un
penalti que por la brillantísima carrera que desarrolló como futbolista, jalonada de éxitos y calidad
a raudales, paradójicamente, desde el puesto de central. Esa grada, poco a
poco, se ha ido metiendo en la piel de esos jugadores que no cobraban, pero que
corrían como si eso no fuera lo importante, se equivocaban como todos, caían y
se levantaban a hacer lo mismo que venían haciendo: Jugar al fútbol
honestamente, cara a cara. Esa grada ha ido valorando la grandísima visión de
un técnico que suplió las carencias en su plantilla reconvirtiendo jugadores
que han rendido en un puesto que ya es el suyo a un nivel que nunca
sospecharon... Esa grada ha ido entendiendo. Y ha ido aprendiendo, y,
finalmente, esa grada se ha dado cuenta de tres cosas, que el técnico sabe de
esto, que los jugadores reman hasta la extenuación con honestidad extrema y que
en ese barco también íbamos nosotros, la hinchada.
Poco ha poco se han ido añadiendo forofos, ya en el play off
había muchos, y más que vendrán. Forofos que proponían la ola en el último
partido estando a un gol de la eliminación. Parece que pocos se acuerdan del espectáculo
sonrojante del 2009 cuando en casa, en la penúltima jornada, mientras Zorrilla
hacía la ola y cantaba a los asturianos lo de “a segunda oe”, el sporting callaba
la boca a tanto tonto, marcaba en el último minuto, se salvaba y nos obligaba a
jugarnos las castañas en el Benito Villamarín. Algunos no aprenden nunca.
En fin, llegó el partido definitivo. Todo pintaba bien,
ventaja en la eliminatoria, partido en casa y la ciudad volcada después de 32 años sin celebrar un ascenso en Zorrilla. Abrí el baúl y saqué la camiseta. El
nombre de mi padre seguía en la manga, junto al mío y al de Pablo. Me la puse y
me fui con Patricia al estadio. A ella no le gusta el fútbol, pero no creo que
nunca olvide lo que allí vio. Viví el partido con los sentimientos a flor de
piel. Sintiendo que mi padre estaba conmigo allí, como tantas tardes. Sufrí,
gocé, sufrí (me río cuando los del
atleti dicen que sufren) y finalmente estallé.
Por primera vez en Zorrilla vi lágrimas. Muchas lágrimas. Hombres
hechos y derechos que habían sentido con su equipo algo que nunca antes
sintieron. Nunca antes lo sintieron, pero estaba ahí. En el estadio. Donde vive
el fútbol.
Este sábado me puse por primera vez una camiseta que compré
hace casi diez años.
Y nos quedaba bien.
Y nos quedaba bien.
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