Los peligros inherentes a la explotación nuclear y la
generación de residuos hacen que desde hace unas décadas está abierta la vía de
la investigación de la fusión nuclear.
Está comúnmente aceptado que la fusión nuclear, frente a la fisión,
actualmente implantada en las más de 400 centrales nucleares que existen en el
mundo, tendría una serie de ventajas que harían dar un gran salto cualitativo a
la calidad de vida del planeta, estos son: no genera residuos ni genera
radioactividad, es decir, se trataría de una energía mucho más limpia y
respetuosa con el medio, y además su materia prima sería el hidrógeno, el
componente más presente en la naturaleza, con lo que se trataría de una fuente
inagotable.
Los problemas que se han encontrado a la hora de su
explotación son fundamentalmente dos:
-
la repulsión electromagnética
entre dos moléculas iguales. Para juntarlas, se hace necesario trabajar a muy
altas temperaturas, lo que hace que el proceso gaste más energía de la que
genera.
-
El control de la energía generada.
Se supone que la fusión genera cuatro veces más de energía que la fisión.
Intentando solucionar estos problemas, principalmente el
primero, se ha trabajado desde hace tiempo en lo que se ha dado en llamar “fusión
fría”, que consiste en obtener una fusión nuclear a temperatura ambiente o muy
cercana. En este sentido, a finales de los 80 dos físicos americanos, Pons y
Fleischmann anunciaron que la habían conseguido. La comunidad científica intentó
reproducir sus experiencias sin éxito, por lo que su trabajo fue declarado
fraudulento y la vía de la fusión fría se cerró para gran parte de la comunidad
científica internacional (quiero decir que se cerró la financiación para esa vía,
que, de facto es lo que ocurre). Hoy en día muchas voces científicas claman
contra lo que entienden un error.
Actualmente, la comunidad internacional se ha dividido en
dos facciones. Por un lado, la oficial, constituida por los estados,
fundamentalmente USA, EU, Rusia, India, China y Japón, vuelcan sus esfuerzos en
la construcción del ITER, un gran reactor nuclear que, con un coste de 10.300
millones de € intenta conseguir la fusión mediante campos magnéticos. Por otro
lado, universidades, fundamentalmente, destinan fondos para investigaciones
independientes.
La plena actualidad sobre el tema es que hace unos meses,
dos científicos italianos, Rossi y Focardi,
de la universidad de Bolonia, anunciaron que habían conseguido un reactor de
fusión fría que era capaz de generar 31 veces más energía que la consumida,
todo en un ambiente controlado y sin generar radioactividad. Han llamado a su
reactor E-CAT (energy catalizer). El secretismo que guardan en cuanto a las
partes esenciales de su experimento, intentando salvaguardar la propiedad
intelectual y, consecuentemente, los derechos de explotación, hace que la
comprobación por parte del resto de la comunidad científica del éxito del
programa sea, de momento inviable, por lo que gran parte de ella está
adelantando que se trata de un intento de fraude más con el único objetivo de
la consecución de fondos. Por ahí hay quien habla también de la mano negra de
las grandes corporaciones energéticas ante un riesgo como el que se les puede
estar poniendo encima de la mesa. Cualquier observador imparcial es capaz de
percibir que si no hay una batalla, algún día la habrá.
De momento, la información que llega es sesgada, parcial,
muy técnica e interesada, así que lo que un ciudadano debe pensar es que las
fuentes de energía que hay son las que hay, y que, dado que en su mano no está
descubrir más, su papel debe ceñirse a actuar sobre el consumo eficiente, donde
sí tiene mucho que decir.
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