Hace unos días, mi hija Patricia me preguntaba cuándo empezó
la televisión en color. Su pregunta me trajo el recuerdo de nuestra primera
televisión en color.
La compró mi padre para ver el mundial de fútbol del 82 en
España. El del balón muerto que dejó Arconada en el área pequeña y recogió un
norirlandés para enseñarnos el camino de casa. Luego, los alemanes nos echaban
definitivamente, tal y cómo merecíamos, Schumacher dejaba ko a un francés en las semis y llegaban a la
final donde los italianos de aquel Paolo Rossi, que gastó todos los goles de su
carrera en ese mundial, se los merendaron. La imagen de Sandro Pertini dando
botes en el palco al lado del rey es imborrable y sigue en la memoria colectiva de muchos de los aficionados al fútbol del mundo entero.
Pero antes de eso hubo un episodio que afectó sólo a la
memoria patria. Fue lo primero que vimos en esa tele y por entonces se denominó
la corrida del siglo. A mi padre le gustaban los toros, con moderación, como
era él, y nosotros no habíamos visto una corrida en la vida. No recuerdo el
cartel completo, pero esas banderillas de Esplá las recordé durante años y a raíz
de aquello, aún tengo a Esplá como uno de los grandes del toreo. Aquí tenéis su faena. En el minuto 3:30 las banderillas. La locución, del mítico Matías Prats, es una lección magistral que engrandece cada momento. Una más.
Todavía hoy, 30 años después, parece que estoy viendo aquella tarde en familia, todos delante de la tele nueva, emocionados y metidos en esa corrida como si estuviéramos en las ventas. Los “¡mira, mira, mira!” seguidos de “¡uy, uy, uy!” de mi padre, los aaaaaala de mis hermanos y míos, todos inclinados hacia la pantalla como si una fuerza perpendicular a la gravedad estuviera tirando de todos hacia esa arena donde un ganadero llamado Victorino Martín, unos toros bravos hasta la muerte y unos toreros honestos a carta cabal y en estado de gracia, daban una tarde gloriosa que hoy, treinta años después, viene a estas líneas como si los ecos de las palmas que entonces sonaron, aún retumben, recuerdos de otros tiempos, de otras gentes y de otro modo de ser y de hacer. Y ahí estaba mi padre, Goyo, ... y nosotros.
Gracias padre.
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