Hoy en día, los estados tienen una
doble función en cuanto a su papel económico. Por un lado, marcar las reglas
del juego mediante el poder legislativo. El segundo papel, muy denostado por
Galbraith, fue asumido a partir de la segunda guerra mundial y consiste en ser
un consumidor más.
El problema radica en el ya no es un consumidor más, sino
que es “el consumidor”. Hoy en día, una parte importante del sector privado
debe el grueso de sus ingresos al sector público. Y no estoy pensando
únicamente en las constructoras, sino en empresas de servicios que regentan
residencias de ancianos, colegios concertados, farmacéuticas, servicios de
asistencia, seguridad de edificios públicos y que, o bien prestan un servicio
al sector público, o a los ciudadanos por encargo de la administración y son
bonificados por ello por el estado.
Esa es la parte del “estado del
bienestar que corre peligro, porque se entiende que si el estado no da él mismo
esos servicios, no debe de tratarse de servicios esenciales. Recortes en esos
capítulos afectarían más o menos al crecimiento, pero su afección es limitada
al tratarse en primer lugar de servicios y en segundo lugar de servicios en
marcos regulados. Es más, una reforma en ese sentido bien encauzada debería
suponer una ganancia en efectividad del estado y su repercusión debería ser
positiva en el corto plazo en términos de coste de nuestra financiación y en el
largo plazo en la sostenibilidad del sistema. Por supuesto, recortes en algunos
de esos servicios podrían afectar a buen número de ciudadanos que sí verían
recortado sensiblemente su estado del bienestar y que tendrían que buscar esos
servicios en el sector privado con el coste consecuente. Es duro, más aún
cuando ya lo considerábamos un derecho, pero si no hay dinero para pagarlo y no
nos lo prestan, ¿que más se puede hacer?
En los momentos que vivimos, es
fundamental que el gobierno de España actúe con amplitud de miras, pensando
primero en la disponibilidad de recursos que tiene, segundo estableciendo un
listado de servicios de más a menos esenciales, y tercero actuar sobre la
eficiencia en la prestación de esos servicios. La eficiencia pasa por una
reforma del sector público meditada, razonada y explicada convenientemente a
los ciudadanos y en ella se debe plantear tanto el modo de funcionar de los
entes prestatarios (hospitales, colegios, oficinas administrativas, cuerpos y
fuerzas de seguridad del estado, fuerzas armadas, juzgados), como las
condiciones en que la administración competente debe rendir cuentas al estado y
a la ciudadanía que financia esos servicios.
Por contra, el gobierno actual del
PP aparece día sí y día también con noticias de tapadillo, anuncios en prensa
extranjera, ocurrencias que recuerdan mucho al modo de actuar del gobierno
anterior y que ya sabemos cómo funcionaron.
El termómetro de la intervención que
supone la prima de riesgo sigue subiendo. Otros indicadores especializados
alertan cada día de que la situación es límite. Si llega el rescate, los
ciudadanos sólo tendremos el derecho al pataleo y las medidas serán tomadas nos
guste o no por aquellos que nos prestarán el dinero para seguir tirando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario